domingo, 13 de diciembre de 2015

Carcel de la Florida se convierte en centro de corrupción, explotación sexual y otras violaciones de derechos.

El periódico Nuevo Herald publica reportaje basado en testimonios y denuncias de exreclusa, de fiscal y de abogados y defensores de los derechos civilesFLORIDA, Estados Unidos.-La mayor prisión de mujeres del Estado de Florida (EEUU), más que un centro correccional se ha convertido en un lugar de explotación sexual forzosa, violación de derechos y corrupción, sin que las reclusas cuenten con algún mecanismo eficiente para defenderse.

En un reportaje del periódico El Nuevo Herald, de la periodista Julie K. Brown, las reclusas reportan que tienen sexo con guardias a cambio de que les cubran sus necesidades básicas.
“Algunos oficiales hacen dinero con el contrabando de cigarrillos y drogas”, resalta el reportaje.
Casey Hodge, ex prisionera de la cárcel de Lowell, entrevistada por Brown, afirma que fue víctima de abusos y humillaciones.
“Casey Hodge bajó de la furgoneta de la prisión, temblando por las pesadas esposas y los grilletes que llevaba puestos. La delgada mujer de 25 años fue llevada junto a un grupo de otras detenidas a una pequeña habitación y se le ordenó desnudarse”, narra el reportaje de Julie K. Brown.

Y agrega: “Enséñame tu cosita”, le dijo una guardia de la cárcel, al tiempo que le daba instrucciones de que se agachara y tosiera para poder mirarle entre las piernas y certificar que no llevaba nada escondido”.
Pero hay más. Hodge es ciega desde los 16 años, y usa prótesis en uno de sus ojos. La guardia le obligó a quitarse el ojo de vidrio, bajo el argumento de que debía asegurarse de que no escondía nada.
Fue en ese momento cuando sufrió la humillación de escuchar a las custodias reír a carcajadas a costa suya, burlándose de ella como si fueran niños y fingiendo que tenían deseos de vomitar.
“Enséñame tu cosita”, le dijo una guardia de la cárcel, al tiempo que le daba instrucciones de que se agachara y tosiera para poder mirarle entre las piernas y certificar que no llevaba nada escondido”
“Me sentí niña otra vez, abusada de nuevo”, dijo Hodge, que nunca había tenido problemas con la ley antes de su arresto por narcotráfico en el 2012, indica el reportaje de Brown en El Nuevo Herald.
No obstante, para Hodge, tener que desnudarse y sacarse el ojo de vidrio no fue nada en comparación con lo que le tocaría sufrir más tarde. En una declaración formal que le dio al inspector general del FDC, Hodge dijo que en el 2013 fue atormentada por un sargento que la acosaba, le mandaba largas cartas sexualmente explícitas y la presionaba a tener relaciones sexuales con él, de lo contrario la amenazaba con confinarla y ampliar su tiempo de prisión mediante la pérdida de tiempo ganado por buena conducta.
“Para ellos no somos más que animales”, dijo Hodge, que presentó la demanda contra el sargento William Oellrich, en septiembre de 2013. La demanda fue desestimada y hallada sin fundamento más de un año después, en diciembre del 2014. Siete meses después, Oellrich fue trasladado a la penitenciaría Marion, una cárcel para hombres que queda a alrededor de una milla de Lowell.
“Piensan que son Dios. Es verdad que consumí drogas y tomé decisiones terribles en mi vida. Pero lo que hacen en esa cárcel va más allá de cualquier castigo”.
El reportaje de Julie K. Brown detalla que la Penitenciaría Lowell es una cárcel estatal donde viven las cinco mujeres de la Florida que están en el Pabellón de la Muerte, y que tiene el dudoso mérito de ser la mayor cárcel de mujeres de Estados Unidos.
“Con 2,696 presas en una enorme mole de edificios grises sin aire acondicionado, la institución se levanta en medio de verdes colinas y lindas fincas de caballos de raza en la zona central de la Florida. Las mujeres que han cumplido condenas allí dicen que en Lowell lo que prevalece es la corrupción, el tormento y el abuso sexual”, denuncia.
La periodista Brown resalta que las ex reclusas dicen que en los últimos 10 años, el abuso se ha convertido en algo intolerable en la Penitenciaría Lowell. Agrega que, según documentos judiciales, las presas se han quejado de que los guardias del Departamento de Cárceles de la Florida (FDC) les escupen la cara, las amenazan con lanzarlas contra el concreto y las llaman prostitutas, perras y monas.
“De igual modo, han dicho que los guardias las miran mientras se bañan en las duchas, las obligan a mostrarles los senos, y a suplicar que les den artículos básicos, como papel higiénico, jabón y toallas sanitarias”, indica.
Y lo que es peor, los guardias —tanto hombres como mujeres— abusan de su poder forzando a las reclusas a tener relaciones sexuales y a realizar actos indecentes.
Explica que las mujeres se han quejado en reclamaciones presentadas entre el 2011 y mayo del 2015, de que los encuentros sexuales tienen lugar en los baños, armarios, la lavandería y las estaciones de los guardias.
“En ocasiones los guardias entran en los dormitorios a mitad de la madrugada, y se llevan a las mujeres a áreas aisladas de la cárcel. Muchas mujeres aceptan porque sienten que no les queda más remedio que obedecer; otras lo llaman una forma de supervivencia. En Lowell, dicen las presas, las que cumplen con las exigencias de los guardias con frecuencia no son abusadas. A veces se les premia con jabón y almohadillas sanitarias, cigarrillos, drogas y dinero. O se les dan algunas comidas especiales, como hamburguesas con queso, o artículos femeninos que las hacen sentirse más humanas, como cosméticos y perfumes”, subraya el reportaje Brown, publicado en la edición de este domingo de El Nuevo Herald.
Otra suerte corren las reclusas que no obedecen las exigencias de los guardias; son acosadas y humilladas, les dan los peores trabajos y las tareas más duras. A menudo, se les amenaza con el confinamiento, en celdas solitarias.
Incluso, observa el reportaje,  las que se resisten pueden perder las pocas pertenencias que tienen, y también el privilegio de recibir visitas de sus familias.
Posibles cambios
El reportaje de Brow  incluye a la declaración de Julie Jones, secretaria de FDC, la cual reconoció que antes de asumir el cargo del Departamento en enero, Lowell era un sitio “muy mal administrado’’ y carecía de un liderazgo apropiado.
Explica que Jones sustituyó al alcaide, despidió a un asistente, y contrató a más de 100 nuevos guardias.
Asimismo, en meses recientes, Jones hizo cambios en el reglamento y dice que en la actualidad a los guardias se les exige responsabilidad por su comportamiento.
Por otro lado, la nueva alcaidesa, Angela Gordon, y otros funcionarios del FDC afirman que los presuntos abusos —físico, mental y sexual— no son tan graves como cuentan las reclusas.
“Las presas, dicen, tienen tendencia a mentir y a manipular para buscarles problemas a los guardias o lograr algo que quieren”.
Más denuncias y testimonios
Ric Ridgway, asistente de la Fiscalía Estatal del Condado Marion, expresó: “Es cierto que algunas presas mienten en ocasiones, pero eso no quiere decir que lo hagan siempre”.
Para Ridgway, es evidente que hay una actividad sexual en Lowell “parecida a la prostitución”, pero determinar la gravedad de la situación puede ser algo difícil ya que gran parte del sexo es consensual, si bien eso no significa que no se cometan delitos. Según la ley, se considera un delito de tercer grado que un guardia tenga relaciones sexuales con una reclusa.
Ridgway advierte que no tiene suficiente personal para investigar lo que sucede en Lowell ya que los problemas —y la propia cárcel— son demasiado grandes.
“Algunos de estos problemas y quejas están bien fundados, y pasan cosas que son claramente ilegales y no debían ocurrir”, explica.
Por otro lado, Aaron Johnson, abogado de Vero Beach que ha representado con anterioridad a varias reclusas de Lowell, dijo que el consentimiento, o la falta de él, es difícil de definir cuando los guardias controlan todos los aspectos de la vida de las mujeres.
“Lo que he visto es que algunas de las presas han sido realmente víctimas de violación, de agresión sexual y de golpizas. Les he creído cuando me contaron que fueron obligadas y que era una pesadilla para ellas”, dijo Johnson.
Otro testimonio lo ofrece Nancy G. Abudu, directora legal de la ACLU (la Asociación por las Libertades Civiles de EEUU, capítulo Florida) de la Florida, la cual afirma que su organización ha entrevistado a varias mujeres de Lowell en los últimos meses que han alegado haber sido obligadas a tener sexo mediante amenazas e intimidación.
“Estamos investigando para ver si estas alegaciones no son solo una violación de los derechos civiles sino una violación internacional de los derechos humanos’’, dijo Abudu.

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